Estaban a nuestra disposición cuando el tema de la conciliación de la vida laboral y familiar significaba tener la suerte de tener abuelos/as, tíos/as a los que dejarle los retoños, ahí estaban (lo que permitió a muchas mujeres tener una carrera profesional que de otra forma habría sido imposible).
También estaban ahí para compartir sus pensiones con la familia cuando la recesión económica y el desempleo azotaban sin piedad (lo que evitó que muchas personas pasasen a engrosar la temida lista de colectivos en situación de exclusión social).
Siempre están ahí.
Además, en la dura pandemia que nos está tocando vivir, es el colectivo más castigado.
Han sufrido la enfermedad y la soledad.
Y, como en todo lo demás, lo han hecho estoicamente.
Con miedo y dolor, pero sin reproches.
Por eso, este año más que nunca, queremos agradecerles su vitalidad, su fuerza, y su papel fundamental en la mayoría de las familias (y en la sociedad en general)
Y lo vamos a hacer compartiendo una historia real, a través de una nota que una familia nos ha “cedido” generosamente.
En ella se recoge el texto que un nieto adolescente leyó a su abuela y su abuelo maternos en el brindis de la comida familiar para conmemorar sus bodas de oro.
“Hace 50 años
¿Qué pensabais entonces? ¿Podéis recordarlo? ¿Podíais imaginar, que en el siglo siguiente tendríais 5 hijos, 7 nietos y un biznieto…?
En aquel momento seguro que no teníais en mente iros del pueblo, el único universo que conocíais desde la niñez.
Pero había que buscar un futuro, y acabasteis con todos los retoños en A Coruña.
Años duros aquellos ¿no?
Pero la juventud y la ilusión pueden con todo.
Y como la vida es caprichosa, 50 años después estáis en el mismo punto, y habéis construido, para disfrutar de vuestra merecida jubilación, una casa en el mismo lugar en el que la abuela recibía a un adolescente Coste que le cantaba:
«Eres Conchita la ilusión mía………….vivo en el mundo con que dolor, siempre pensando tú eres mi vida, siempre pensando tú eres mi amor…”.
La casa se inauguró con mi nacimiento. Así que yo no recuerdo el lugar de otra forma.
Pero mi madre sí.
Me cuenta que a mi edad cenaba en la casa de piedra de la bisabuela.
Sabrosos caldos gallegos… ¡a la luz del candil!
Que pasaba aquí los veranos, y cazaba mariposas y ranas en las más calurosas horas del día, cuando todo el pueblo dormía la siesta.
Es más, todavía nos gusta hacerlo, así que tendremos que empezar a enseñarle a Lucas (el biznieto), para ir entrenando a la 4º generación…
Y también a ella (mi madre) le contó la abuela que hacía más o menos las mismas cosas, por los mismos lugares.
Lugares que han cambiado de aspecto, pero que es la misma tierra, el mismo campo, el mismo cielo.
Las mismas raíces.
Dice la canción «que 20 años no es nada………», pero sí que lo es. Y 50 es más del doble.
Son toda una vida.
Llena de risas y de lágrimas.
De alegrías y de penas.
De esperanza y de dolor.
De luz y de sombra.
De música y de silencio.
Toda una vida compartida. Y con muchas cosas bien hechas, porque…. aquí estamos ¡todos/as!
Y eso hay que celebrarlo.
Brindemos hoy, por Coste y Concha, los mejores abuelos y padres del mundo, y por otros 50 años de alegría en familia.
Y ahora, un aplauso para la parejita……….. “
Esto fue hace 15 años. A día de hoy esta pareja sigue viviendo, tienen otros 5 biznietos, y el primero, el que estaba en aquellas bodas de oro, es un brillante estudiante de Derecho y un magnífico trompetista del que presumen con orgullo. Han pasado la pandemia en el campo, con visitas muy contadas y sin las acostumbradas y numerosas comidas familiares… pero el maldito COVID no se llevó a nadie de su familia y dan gracias por ello.
Gracias por cedernos parte de vuestra historia, y ojalá que lleguéis a las bodas de platino.
Feliz día para todas las personas mayores que enriquecen nuestro presente, y nos proporcionan las raíces de nuestro pasado.
¡Cuidémoslas!