La desigualdad hombre-mujer, podría decirse que es un “daño colateral” de las relaciones de poder dentro de una sociedad.
La construcción de la feminidad y de la masculinidad es una construcción social.
La adscripción del hombre al sector público y de la mujer al sector privado, justificada tradicionalmente en la “diferente naturaleza” de unos y otras, carece de legitimidad. Hay que crear una nueva relación donde ambos se encuentren en igualdad real.
Los cambios producidos en las mujeres en las cuatro últimas décadas han transformado el modelo de feminidad “tradicional”. Y, muchos hombres renuentes a modificar su estatus de privilegio, han vivido (y viven) esos cambios como una verdadera “afrenta”.
Y ese enfoque es el que es necesario modificar.
Se han creado nuevas feminidades pero no nuevas masculinidades, lo que dificulta las relaciones de género igualitarias.
Desde la más tierna infancia debe enseñarse (en todos los ámbitos: familiar, educativo, laboral…) que mujeres y hombres pueden desempeñar cualquier rol: cuidado de hijos/as, labores en el hogar, cuidado de mayores, carrera profesional… de forma indistinta y corresponsable.

Es decir, es imprescindible inculcar desde la guardería la conocida frase:

“Mujeres y hombres y viceversa”.

Hasta el momento, en España estaba asentado un sistema económico basado en la división sexual del trabajo, y la mujer, tras irrumpir de lleno en el mercado laboral en las últimas décadas, se encuentra, en muchas ocasiones, con que debe enfrentarse a una doble o triple jornada laboral (trabajo remunerado, labores en el hogar y cuidados de menores/mayores).
Un ejemplo de esa división de espacios es el ámbito de la educación superior y la investigación. La escasa participación de la mujer en la producción académica es uno de los síntomas de la desigualdad.
Para caminar hacia la Igualdad real es indispensable un comportamiento enraizado en un compromiso ético de toda la sociedad.
El método más “seguro” para garantizar los derechos humanos es con la inversión en políticas públicas encaminadas a una igualdad real entre mujeres y hombres.
Los cambios sociales que se han ido produciendo en el rol de la mujer tienen una gran visibilidad, pero, para que estos cambios sean realmente efectivos, han de ir de la mano de un cambio efectivo en la colectividad.

Es decir, sólo serán posibles con la presión de la sociedad civil.

Y la corresponsabilidad juega un papel fundamental: un reparto equitativo de las actividades no remuneradas en el ámbito privado es crucial para una verdadera conciliación de vida familiar y laboral. El permiso de paternidad ayuda a la asunción de corresponsabilidad por parte de los hombres, pero no es suficiente.
Hasta el momento, el hombre no ha sabido (o no ha querido) asumir su cuota de responsabilidades a nivel familiar, doméstico y del cuidado de personas dependientes. Esa situación ha provocado que las mujeres hayan visto aumentada su carga de trabajo respecto a los hombres.
Además, la igualdad real pasa por la garantía de igual empleabilidad, la igualdad salarial, una menor precariedad en las condiciones laborales y la igualdad de oportunidades a la hora de abandonar la vida laboral para atender a familiares dependientes.
El mayor acceso a la formación y la independencia económica de las jóvenes ha facilitado cambios en sus formas de vida, así como en sus intereses y aspiraciones. También ha provocado cambios en los patrones de la masculinidad. Los hombres tienen que reelaborar y reinterpretar unas nuevas relaciones que cada vez son más igualitarias.
Y lo primero, es ser capaces de trasladar (en todos los ámbitos y todas las edades) los principios de solidaridad, justicia e igualdad si queremos aspirar a convertir en efectiva la Igualdad real entre mujeres y hombres, condición indispensable para mejorar la calidad democrática y asegurar el progreso y el bienestar de nuestra sociedad.
Estamos en el buen camino, pero todavía queda mucho por hacer.

Como dice Rafa Nadal: VAMOS!!!