No, no hablamos del sector de la construcción.

Hablamos de desigualdad.

Nos referimos a expresiones que describen de forma gráfica barreras invisibles con las que se encuentran las mujeres para ascender y promocionar en el ámbito laboral: techo de cristal, techo de diamante, techo de cemento y suelo pegajoso.

Veamos el significado de cada una de ellas:

 Techo de cristal

Probablemente la más utilizada y conocida en el ámbito de la Igualdad.

Puede entenderse como una metáfora de la violencia simbólica a la que se somete a las mujeres en el ámbito laboral.

El ascenso a puestos de poder y toma de decisiones para parte de las mujeres presenta, todavía en la actualidad, numerosas dificultades.

Estas dificultades o barreras invisibles derivadas del sistema de género que impiden que las mujeres participen de hecho en un marco de igualdad, ya reconocido como derecho, y que se manifiestan en las numerosas dificultades de promoción laboral y acceso a determinados espacios de poder y decisión, es lo que se denomina como techo de cristal.

Es decir, es una barrera invisible, difícil de traspasar, que describe un momento concreto en la carrera profesional de una mujer, en la que, en vez de crecer por su experiencia, formación y preparación, se estanca dentro de una estructura laboral, oficio o sector. En muchas ocasiones, coincide con la etapa de su vida en la que decide ser madre.

El término (del original “glass ceiling”) nació en los años 80 en un informe sobre mujeres ejecutivas publicado en el Wall Street Journal, pero se ha extendido a todo tipo de ocupaciones, la ciencia o el deporte.

No hablamos de un obstáculo legal sino de prejuicios extendidos para confiar en las mujeres puestos de responsabilidad, pagar un salario y otorgar una categoría similar por las mismas funciones al considerar que se “conforma” con menos.

En el ámbito laboral español el techo de cristal se identifica claramente cuando analizamos quiénes asumen los puestos de alta responsabilidad en las Organizaciones.

Techo de diamante

Este término (acuñado por Amelia Valcárcel en su libro “La política de las mujeres”) se refiere al hecho de que, en la sociedad patriarcal, la mujer sea un “objeto de deseo” y el hombre un «objeto de aprecio», de tal forma que ella queda subordinada a una situación en la que el varón perpetúa su situación de poder.

Este “techo” impide que se valore a la mujer bajo criterios estrictamente profesionales y merma la autoestima femenina para aspirar a un puesto de mando.

Techo de cemento

Este concepto se refiere a los límites que tienen las mujeres para crecer a nivel empresarial, político y/o socialmente, debido a la vida personal, la maternidad, la falta de referentes, además de una forma distinta de entender la ambición profesional y el liderazgo, y una mayor autocrítica.

Está relacionado con la educación sexista, la organización del tiempo en las empresas (sin tener en cuenta la conciliación) o la forma en la que históricamente se establecen las jerarquías en las corporaciones.

Para vencer este techo, muchas mujeres tienen como única opción adaptarse a estructuras laborales, horarios y dinámicas masculinas.

Suelo pegajoso

Concepto relacionado con el tan nombrado «equilibrio» de trabajo en y fuera de casa, tan complicado de mantener para muchas mujeres.

Concretamente, está relacionado con las tareas de cuidado y vida familiar a las que tradicionalmente se ha relegado a las mujeres.

Salir de este «espacio natural» (que le corresponde a la mujer, según el patriarcado), supone un obstáculo para su desarrollo profesional.

Existe mucha presión social, familiar, dentro de la pareja… para hacer creer a las mujeres que son las responsables del cuidado. Las dobles y triples jornadas y el sentimiento de culpa dificultan su promoción profesional, tal y como está configurado el mundo empresarial, tradicionalmente masculino.

Históricamente, las mujeres fueron educadas y socializadas para ser madres, cuidar a los demás y encargarse de tareas del hogar.

¿Resultado?

Una construcción social, con una falsa imagen de la mujer como mejor cuidadora del hogar que el varón, con más sensibilidad, más cariñosa y con mejores habilidades “blandas”, que, hasta el momento, tendían a ser poco valoradas en el ámbito laboral.

El perfil directivo “típico” que se buscaba se identificaba con personas ambiciosas, competitivas, seguras de sí mismas…y, “en consecuencia”, varón.

Pero, afortunadamente, la sociedad está cambiando. Y el ámbito laboral no queda fuera de este cambio tan necesario.

Las llamadas “habilidades blandas” son cada vez más demandadas en cualquier puesto de trabajo (y especialmente en aquellos que requieren liderazgo).

Y el talento ya no se retiene sólo con mejores salarios. Las Empresas se han dado cuenta de la necesidad de apostar por la Igualdad, de ofrecer medidas que fomenten la conciliación, la corresponsabilidad y que permitan a sus plantillas disfrutar de la familia, las amistades y el tiempo libre, tesoros que han cobrado la importancia que se merecen al tener que enfrentarnos a esta situación de pandemia que todavía no hemos superado.

¡¡Impulsemos ese cambio!! Es tarea de todos/as